Os vamos a contar una experiencia real de las rabietas en la calle. Esto de ser padres no es sencillo, nadie nace sabiendo ser padre o madre, no hay escuelas al respecto que nos den una formación de garantías. Se aprende en el día a día, se leen libros, se escuchan consejos, se atiende al sentido común,se asisten a charlas…pero al final la decisión es nuestra, para bien o para mal.
Nosotros decidimos y en esas decisiones influyen tantas cosas; un mal día de trabajo, estrés, problemas de pareja y hasta lo que lo demás piensen de nosotros. Todo confluye, en muchas ocasiones, en una decisión precipitada y mal enfocada.
El otro día nos enfrentamos a una de ellas, de esas que te amargan la tarde, de las que te dan el día.
La tarde se planteaba genial: paseo por el centro, comprar castañas y algunas cosillas que hacían falta para casa. Justo antes de salir el pequeño Tomás, tan sólo tiene 3 años y medio, nos empieza a preguntar con su dinámica repetitiva si le íbamos a comprar el balón de fútbol rojo, en ese momento pensamos, viernes, el centro lleno de personas, un niño de 3 años con un balón…va a ser que no..
Así se lo dijimos, usando una voz cariñosa y cercana, pero cuando quieren una cosa parece que el sentido del oído desaparece, a la veinteava vez le dijimos que sí, que ya veríamos. Se calló y siguió jugando con su pequeño coche rojo. Pareciera como si le hubiéramos pulsado el botón de Off, toda esa energía desapareció.
Con humor e ilusión de pasar una tarde en familia nos montamos en el coche. Debido al trabajo últimamente pasamos tiempo fuera y son estos días los que esperamos con deseo.
El viaje en el coche hasta el centro, no más de 25 minutos, fue agradable y tranquilo. Tomás iba mirando el paisaje por su ventana. Es curioso el efecto que provocan los coches en los niños, los relaja, los tranquiliza y en el caso de Tomás, los duerme. Así fue, Tomas se quedó dormido y su rostro se iluminó, trasmitía paz y serenidad.
Llegamos y aparcamos cerca. Empezamos a bajar bártulos, que si el carro, la mantita, bolsa con todo lo necesario para una tarde fuera de casa y una pequeñas bolsa anexa para eventualidades que pudieran surgir. Es increíble el despliegue logístico que hemos de hacer cada vez que salimos de casa. En casa nos llevamos bien, pero si hemos de destacar un tema que nos haga discutir es este, la logística, que si eso lo llevas tú, que si te has dejado en casa el biberón y hay que volver…
Ya estamos en el centro y el ambiente es ideal, está precioso. Y Tomás se despierta.
Al principio lo notamos impresionado por el ambiente, no para de mirar de un lado a otro señalándolo con su pequeño dedito índice, nos pide bajar del carro y que lo cojamos en brazos, entiendo que para poder ver mejor.
Y ahí estamos los tres paseando y disfrutando de una maravillosa tarde en familia hasta que Tomás ve un balón en un escaparate. Mira que hay colores, pues tenía que ser rojo.
En ese momento la mirada de Tomás se centra en el balón y lo señala haciendo grandes aspavientos, seguidamente empieza a decir mirándonos:
– Mi balón, mi balón.
Le intento convencer de que no puede ser pero no atiende a razones y usa la técnica del mareado, como si le hubiera dado una lipotimia o algo parecido comienza a dejarse caer hacia atrás, cada vez es más complicado sujetarlo en brazos y al final lo dejo en el suelo.
En el suelo me agarra de la mano y comienza a tirar en el sentido del balón y su voz empieza a subir de decibelios hasta que me convierto en el centro de atención de la calle.
-Papá, mamá balón, pelota, quiero pelota roja- repite una y otra vez cada vez más fuerte.
Nos sentimos observados por los viandantes, eso nos hace sentirnos incómodos y resuelvo la situación de manera visceral.
Agarro al niño, lo monto en el carro a la fuerza, le pongo el cinturón y hasta aquí duro la placida tarde de paseo, nos vamos de vuelta a casa.
Seguramente este episodio lo has vivido, seguramente en ocasiones has actuado como nosotros. La cuestión es que pasado un día de reflexión sobre el acontecimiento entiendo en qué me equivoqué, no debí haberle dicho que le iba a comprar el balón, reconozco que lo hicimos para que se callará, confiando en que se le olvidaría una vez estuviéramos en el centro. Error, gran error, Tomás no entiende de respuestas a la ligera, Tomás confía en sus padres, Tomás no concibe la mentira.
Dos días después le compramos el balón rojo del escaparate y le pedimos disculpas.
El nos miró, sonrío y nos dio un fuerte abrazo. A los cinco minutos el incidente estaba olvidado, esto es lo maravilloso de los niños que te quieren de manera incondicional, que jamás van a dudar de tu palabra.
Estamos en el camino de ser mejores padres, es nuestro reto y por el cual vamos a luchar.
Os seguiremos contando, esperamos vuestras opiniones al respecto, ser padres es una aventura que en compañía es más fácil de vivir.
Padres Novatos