Enseñar a perder es infinitamente necesario. Aprender a ganar es muy fácil, pero, ¿y a perder? Frustraciones, rabietas… Sabemos que en el camino de la vida de nuestros hijos tarde o temprano en algún momento tendrán que enfrentarse al dolor de la pérdida. ¿Les ayudamos?
Aquello que hasta entonces habíamos evitado para proteger a nuestros hijos se pone enfrente de nosotros, el aprender poco a poco -con los pequeños detalles para nuestra vida e inmensos para la suya- como por ejemplo cuando se marcha un amigo del colegio, pierde su muñeco preferido o no gana el partido. Como padres, tenemos que ver estas circunstancias como oportunidades para enseñarle a nuestros hijos a darle un espacio a la pérdida, para que cuando sean adultos no se encuentren con las frustración de no soltar lo que se pierde y emplear la energía en lo nuevo.
Tenemos que permitir que nuestros hijos conecten con todas sus emociones (enfado, tristeza, culpa…) y dejar que fluyan dándoles permiso para sentir, reforzar su propia compañía, su perdón y el recuerdo con amor y cariño hacia lo perdido.
Podemos acompañarles permitiéndoles que nos cuente sus recuerdos, pensamientos y proyectos que ya no van a volver más. Todo “lo que pudo ser y no fue” y hacerlo presente. Así no negamos o evitamos la pérdida, le permitimos sentirse abrumados y desbordados por ese dolor infinito que se nos clava en el pecho, o en el estómago. Permitimos la tristeza de vivir sin aquello que amaba su amigo, su juguete y la desorientación que eso produce.
Permitirnos que llore lo que tenga que llorar, que añore, que esté triste por perder, y que piensen en aquello que se fue. Conectar con el dolor, darles permiso para sentir la herida que duele y que hace daño… porque el tiempo por sí solo, no cura. Lo que realmente cura tiene que ver con cómo le enseñamos a nuestros hijos a elaborar y sentir el duelo para sanar su herida.
Algunas preguntas pueden ayudarnos a que nuestro hijo pueda permitirse expresar lo que siente y liberar con naturalidad su tristeza, para evitar que se enquiste su emoción y genere un conflicto en su interior que produzca síntomas corporales que confundimos con enfermedad.
¿Qué es lo que más pena te da?
¿Qué es lo que más echas de menos?
¿Qué recuerdos puedes tener para que tenga un espacio siempre en tu corazón?
Esto nos ayuda a dar la oportunidad a nuestro hijo de agradecer al otro todo lo bueno que se nos dio, además de llorar por todo lo que pudo ser. Al final, se trata de enseñar a reconocer que nos duele porque nos dio algo bello, y porque la vida tiene las dos caras de la moneda, no solo una.
Puede que en ocasiones nuestro hijo no quiera hablar de su pérdida y se sienta bloqueado emocionalmente. Esto puede ser por varios motivos, por un lado, porque esté, como nos pasa a los adultos, en una fase del duelo como puede ser la negación. Ésta es necesaria, es como un periodo de digestión y como todos no somos iguales, puede que nuestro hijo necesite un periodo de tiempo para asumir lo que está pasando y debemos respetarlo, pero no abandonarlo, es decir, podemos estar presente con pequeños detalles que intenten conectarle con lo ocurrido como preguntarle ¿qué tal te ha ido en el cole?¿Has echado de menos mucho a tu amigo? y ver como responde. Si no recibimos respuesta no hay que insistir. Hay que darle su tiempo.
Darles permiso tiene que ver con acompañar y si estamos ahí, cerca, pronto se abrirá y expresara lo que siente y esto le ayudara a sanar, sentir, limpiar y a gestionar todo aquello que hasta entonces no ha podido asumir para poder integrarlo y aceptarlo. A veces, es necesario algo de ayuda porque expresar lo que sentimos nos viene grande, pues nuestra educación es más mental que emocional. Podemos para ello aprovechar para que escriba una carta de despedida, hacer un dibujo o rituales como un regalo de despedida. Todas ellas son buenas maneras para facilitarle las despedidas e incorporarla a sus vidas como un ingrediente más de vivir y sentir todas sus emociones.
Así si desde pequeño vamos incorporando el dolor de perder junto con la felicidad de ganar, tendremos adultos sanos que sabrán gestionar cualquier sorpresa que le de la vida sin enquistar el dolor y convertirlo en sufrimiento.
Oliva Franzón Cossio (www.cuidadoemocional.es) es Diplomada en Enfermería por la Universidad de Cádiz, educadora de personas con discapacidad, y terapeuta en Auriculoterapia y Flores de Bach. Es especialista en Terapia Gestalt y creadora del método Autoapoyo Holístico,