Aunque la temperatura que nos acompaña no nos haría sospechar en qué época del año nos encontramos estamos en vísperas de la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, es decir, calabazas, fantasmas, sangre a borbotones (comprada en un bazar eso sí), chuches y demás alegorías a la noche más terrorífica del año nos invaden.
Probablemente si pensásemos en nuestra infancia no tendríamos este tipo de recuerdos. Buceando en mi interior me puedo ver de camino al pueblo, arrimada a la leña o tapada en el brasero, porque antes sí hacia frío en esta época, y de qué manera, asando castañas y acudiendo al cementerio el día 1 a llevar flores. Esos son mis recuerdos de esta festividad. Sospecho que podemos compartir vivencias.
Si en unos años les preguntan a nuestros hijos probablemente sus recuerdos sean otros. Y es que no podemos negar que la cultura yanqui ha invadido nuestras tradiciones. En este sentido tenemos tres opciones, ninguna criticable faltaría más: negarnos a adoptar sus costumbres y seguir con nuestras propias tradiciones, aceptar que el mundo es global y contagiarnos de su espíritu ‘jalogüinesco’ o mantener un equilibrio entre lo propio y lo importado.
Disfraces
En casa nos hemos decantado por los disfraces y las fiestas de miedo, sin olvidarnos de la parte golosa de nuestra tradición (a los huesos de santo o buñuelos de viento nunca se les dice que no) pero tiene una explicación: no nos importa copiarnos de tradiciones que no son nuestras si eso significa pasar un buen rato, disfrutar y reírnos un rato que de tristezas vamos servidos y por otra parte, aunque de momento no nos afecta en exceso, los miedos infantiles son muy habituales y precisamente la iconografía típica de Halloween nutre las pesadillas de los más pequeños.
Acercarles a estos personajes e incluso poder disfrazarse de algunos de ellos puede hacer que nuestros niños se familiaricen con estos “malos, malísimos” e interiorizar que su existencia forma parte de la fantasía. Desde el momento en el que elegimos el disfraz que nos pondremos, disfrazarse conlleva un aprendizaje. Cuando los niños son un poco más mayores podemos preparar la fiesta con su ayuda. Dedicaremos algunos ratitos de la semana previa para leer cuentos, a ser posible sobre el personaje elegido, realizar manualidades para decorar la casa, preparar recetas…
Lecturas recomendadas
Algunos cuentos o libros que os pueden servir para acompañar esta celebración son:
- Para los más pequeños: Feliz Halloween. Liesbet Slegers. Editorial Edelvives, 2013.
- A partir de 3 años: ¡A dormir monstruos! Ed Vere, Editorial Juventud, 2012.
- A partir de 6 años: La extraña visita. Gracia Iglesias. Editorial Libre Albedrio, 2017.
- A partir de 7 años: Halloween… ¡qué miedo! Geronimo Stilton. Editorial Destino, 2007.
- A partir de 12 años: Cuentos de lo sobrenatural. Charles Dickens / Cuentos y leyendas de seres monstruosos. Seve Calleja. Anaya Infantil y Juvenil, 2014.
La historia de la celebración
Además, sin hacer a un lado nuestras tradiciones, a las que siempre volveremos, es muy interesante que los niños descubran las costumbres de otros países. No podemos olvidar que la fiesta de la noche del 31 de octubre no sólo es un clásico en Estados Unidos, en México, por ejemplo, es una noche muy importante y festiva.
Halloween tiene su origen en la cultura celta y en una festividad conocida como Samhain donde se celebraba el final del verano y de la temporada de cosechas. Esta fecha era considerada como el ‘Año nuevo celta’ que comenzaba con la estación oscura, momento en el que la línea que separaba este mundo del otro era tan delgada que los espíritus, tanto buenos como malos, podían cruzarla. El hecho de ponerse máscaras proviene de la idea de poder ahuyentar a esos espíritus malignos. Con el tiempo, debido al predominio de fiestas paganas, los Papas Gregorio III y IV trasladaron la festividad de Todos los Santos del día 13 de mayo al 1 de noviembre para hacerla coincidir.
En Norteamérica, en 1840, fueron los irlandeses los que llevaron esta tradición tan fuertemente arraigada hoy en día y fueron ellos quienes difundieron la costumbre de tallar los Jack-o-lantern (calabaza gigante hueca con una vela dentro). En Sudamérica, como ya hemos comentado en el caso de México, también es un día muy importante basado, tal y como estamos explicando, en la cercanía del mundo de los vivos y el mundo de los muertos.
Costumbres en España
No obstante si pensáis que Halloween no es para vosotros en nuestro país también tenemos distintas tradiciones para disfrutar en familia: la Castañada en Cataluña, Aragón, Comunidad Valenciana e Islas Baleares, así como comer panellets (esferas de mazapán envueltas en piñones) y boniatos, ver el Don Juan Tenorio en Alcalá de Henares o Valladolid (entre otras ciudades donde se representa), cenar castañas con caracoles en el País Vasco, el Magosto (asar castañas en una gran hoguera mientras se canta y se danza y los más atrevidos saltan la hoguera para atraer la buena suerte) en Galicia, Cantabria, Asturias…, Tosanto en Sevilla, comer buñuelos de viento en Madrid (cada vez que comemos uno se salva un alma del purgatorio), visitas a cementerios con historia como el de Zamora y visitar a nuestros seres queridos o rememorar las historias de Bécquer en el monte de las ánimas en Soria.
Seguro que faltan muchas otras tradiciones en esta lista, que nadie se sienta ofendido por no haber mencionado aquello que se hace en vuestro lugar de origen, pero me parecía interesante hacer un repaso para darnos cuenta de la riqueza de nuestras costumbres y al mismo tiempo mostrar que podemos compatibilizar nuestras tradiciones con aquéllas que importemos si es que esa es nuestra decisión. Lo más importante es pasar tiempo con los más pequeños y generarles recuerdos bonitos.
Ana Sevillano
Soy Ana, periodista y profesora de Secundaria, de lo primero ejercí durante algún tiempo como coordinadora de una revista dirigida a profes y mamis y papis de niños de 0 a 3, de lo segundo no literalmente, pero sí he trabajado varios años como guía de museos en Madrid para niños. Momento en el que entré en contacto con los más pequeños ya que las actividades eran para criaturitas a partir de tres años. Sí, clases de 25 niños de tres años por un museo lleno de cosas que no se pueden tocar. Casi es más fácil desactivar una bomba. Sin embargo, esta experiencia fue muy especial, y por decirlo de alguna manera me ha marcado y ha convertido en la mamá que soy hoy. Porque sí, ¡ahora soy mamá!, quizá una mamá con más errores que aciertos, pero soy ni más ni menos la que le ha tocado a mi peque. Espero que mis artículos despierten vuestra curiosidad y si queréis leer más de mí estoy en treintamami.
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