Vivimos en mundo apresurado. Nos pasamos el día corriendo, volando, sacando adelante millones de cosas: trabajo, casa, niños actividades escolares y extraescolares… Y cuando paramos, nuestros hijos se divierten con juegos que todavía generan más tensión, con máquinas que los ponen a cien. Todo esto hace que vivamos sumergidos en un estrés emocional que ya no solo afectan a los papas sino también a nuestros hijos.
Ayudarnos a conocer y manejar nuestras emociones nos puede ayudar a vivir con más armonía y disfrute de nuestro día a día y contribuiremos a bajar un poco las revoluciones de nuestro interior, a pesar de vivir en un loco y apresurado mundo.
Ahora vivimos en una inmensa jungla que nos hace vivir con prisas y propensos a la irritabilidad y la ira
Ayudar a nuestros hijos a expresar lo que sienten libera la tensión y nos ayuda a reducir el estrés emocional. Ya no vivimos en una cueva como nuestros antepasados. Ahora vivimos en una inmensa jungla que nos hace vivir con prisas y propensos a la irritabilidad y la ira con nuestros hijos. Tenemos que aprender a manejar la prisa y a fomentar la paciencia y la espera en una sociedad de “te lo doy todo”. Y al mismo tiempo tenemos que enseñárselo a ellos, así nuestros hijos aprenderán a sostener la frustración y reconocerse desde un lugar más calmado.
Nuestro miedo como padres es vivir en una sociedad donde los delitos, la marginación y el rechazo, el engaño y el maltrato nos acompañan, incluso en las aulas. Por ello debemos ayudar a nuestros hijos a elegir dónde reciban la comprensión, el cariño, la dulzura y la ternura que merece toda infancia, y enseñarles el valor que tienen como personas para que tengan el poder desde niños de elegir lo que es más sano. Igual que los enseñamos a elegir los alimentos que los nutren de manera saludable, también podemos enseñar a nuestros hijos a elegir desde pequeños las relaciones personales que los enriquezcan.
No tenemos por qué ser un diez en todo. Nadie es de diez y tú tampoco.
Si la frustración o la ira acompañan a nuestros hijos, por situaciones como un divorcio o un nuevo matrimonio o la angustia de no llegar a lo que les exige un sistema educativo, podemos ayudarles a expresar sus emociones y poner límites. Podemos enseñarles a gestionar sus deberes en función de sus capacidades y priorizarlas. No tenemos por qué ser un diez en todo. Nadie es de diez y tú tampoco
Y sobre todo, podemos ayudar a nuestros hijos a conectar a diario con el agradecimiento de estar aquí, vivos y sanos. Vivimos en una sociedad de demasiada abundancia y competitividad. Tenemos que ayudarles a conectar con el beneficio de la sonrisa, de la alegría y de la calma. Todas estas emociones generan serotonina, un bioquímico natural que produce felicidad, refuerza el sistema inmunológico y disminuye la sobrecarga de energía que genera la ira y la irritabilidad, algo que conocemos ya los adultos. Al mismo tiempo, tenemos que ayudarles a educar su mente, sus emociones y su cuerpo, con una educación holística que refuerce el que el día de mañana se conviertan en personas maduras que cojan las riendas de su vida. Debemos enseñarles a disfrutar de las pequeñas cosas, como pasar un día en casa disfrutando del hogar y de la familia, aunque ello conlleve, como papás, permitir que nuestra casa se convierta en un verdadero espacio de convivencia familiar, en un hogar y no en una casa de decoración de revista.
Como padres tenemos que enseñarles a disfrutar de los abrazos y las caricias, y a reconocer todo lo bueno que tenemos. No podemos dedicarnos solo a machacarnos a través de nuestros defectos: tenemos que reírnos de ellos y reconocer que como personas somos totalmente imperfectos y a la vez perfectamente perfectos.
Todo ello hará que los hijos se conviertan con mucha probabilidad en adultos que sabrán acompañar lo que sienten, que se respeten a sí mismos y reconozcan lo que les hace felices, sabiendo elegir todo lo que les haga sentirse mejor. En definitiva, lo que todo padre quiere para sus hijos.
Oliva Franzón Cossio (www.cuidadoemocional.es) es Diplomada en Enfermería por la Universidad de Cádiz, educadora de personas con discapacidad, y terapeuta en Auriculoterapia y Flores de Bach. Es especialista en Terapia Gestalt y creadora del método Autoapoyo Holístico,